Artículo retomado de: http://www.lanacion.com.ar/910427-de-que-sirve-el-profesor
Por: Humberto Eco
Para: La Nación
¿En el alud de artículos sobre el matonismo en la escuela he leído un
episodio que, dentro de la esfera de la violencia, no definiría
precisamente al máximo de la impertinencia... pero que se trata, sin
embargo, de una impertinencia significativa. Relataba que un estudiante,
para provocar a un profesor, le había dicho: "Disculpe, pero en la
época de Internet, usted, ¿para qué sirve?"
El estudiante decía una verdad a medias, que, entre otros, los mismos
profesores dicen desde hace por lo menos veinte años, y es que antes la
escuela debía transmitir por cierto formación pero sobre todo nociones,
desde las tablas en la primaria, cuál era la capital de Madagascar en la
escuela media hasta los hechos de la guerra de los treinta años en la
secundaria. Con la aparición, no digo de Internet, sino de la televisión
e incluso de la radio, y hasta con la del cine, gran parte de estas
nociones empezaron a ser absorbidas por los niños en la esfera de la
vida extraescolar.
De pequeño, mi padre no sabía que Hiroshima quedaba en Japón, que
existía Guadalcanal, tenía una idea imprecisa de Dresde y sólo sabía de
la India lo que había leído en Salgari. Yo, que soy de la época de la
guerra, aprendí esas cosas de la radio y las noticias cotidianas,
mientras que mis hijos han visto en la televisión los fiordos noruegos,
el desierto de Gobi, cómo las abejas polinizan las flores, cómo era un
Tyrannosaurus rex y finalmente un niño de hoy lo sabe todo sobre el
ozono, sobre los koalas, sobre Irak y sobre Afganistán. Tal vez, un niño
de hoy no sepa qué son exactamente las células madre, pero las ha
escuchado nombrar, mientras que en mi época de eso no hablaba siquiera
la profesora de ciencias naturales. Entonces, ¿de qué sirven hoy los
profesores?
He dicho que el estudiante dijo una verdad a medias, porque ante todo un
docente, además de informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea
una buena clase no es que se transmitan datos y datos, sino que se
establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una
discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de
afuera. Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la televisión, pero
por qué algo ocurre siempre ahí, desde la época de la civilización
mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo puede decir la
escuela. Y si alguien objetase que a veces también hay personas
autorizadas en Porta a Porta (programa televisivo italiano de análisis
de temas de actualidad), es la escuela quien debe discutir Porta a
Porta. Los medios de difusión masivos informan sobre muchas cosas y
también transmiten valores, pero la escuela debe saber discutir la
manera en la que los transmiten, y evaluar el tono y la fuerza de
argumentación de lo que aparecen en diarios, revistas y televisión. Y
además, hace falta verificar la información que transmiten los medios:
por ejemplo, ¿quién sino un docente puede corregir la pronunciación
errónea del inglés que cada uno cree haber aprendido de la televisión?
Pero el estudiante no le estaba diciendo al profesor que ya no lo
necesitaba porque ahora existían la radio y la televisión para decirle
dónde está Tombuctú o lo que se discute sobre la fusión fría, es decir,
no le estaba diciendo que su rol era cuestionado por discursos aislados,
que circulan de manera casual y desordenado cada día en diversos medios
–que sepamos mucho sobre Irak y poco sobre Siria depende de la buena o
mala voluntad de Bush. El estudiante estaba diciéndole que hoy existe
Internet, la Gran Madre de todas las enciclopedias, donde se puede
encontrar Siria, la fusión fría, la guerra de los treinta años y la
discusión infinita sobre el más alto de los números impares. Le estaba
diciendo que la información que Internet pone a su disposición es
inmensamente más amplia e incluso más profunda que aquella de la que
dispone el profesor. Y omitía un punto importante: que Internet le dice
"casi todo", salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar
toda esa información.
Almacenar nueva información, cuando se tiene buena memoria, es algo de
lo que todo el mundo es capaz. Pero decidir qué es lo que vale la pena
recordar y qué no es un arte sutil. Esa es la diferencia entre los que
han cursado estudios regularmente (aunque sea mal) y los autodidactas
(aunque sean geniales).
El problema dramático es que por cierto a veces ni siquiera el profesor
sabe enseñar el arte de la selección, al menos no en cada capítulo del
saber. Pero por lo menos sabe que debería saberlo, y si no sabe dar
instrucciones precisas sobre cómo seleccionar, por lo menos puede
ofrecerse como ejemplo, mostrando a alguien que se esfuerza por comparar
y juzgar cada vez todo aquello que Internet pone a su disposición. Y
también puede poner cotidianamente en escena el intento de reorganizar
sistemáticamente lo que Internet le transmite en orden alfabético,
diciendo que existen Tamerlán y monocotiledóneas pero no la relación
sistemática entre estas dos nociones.
El sentido de esa relación sólo puede ofrecerlo la escuela, y si no sabe
cómo tendrá que equiparse para hacerlo. Si no es así, las tres I de
Internet, Inglés e Instrucción seguirán siendo solamente la primera
parte de un rebuzno de asno que no asciende al cielo.
.
(Traducción: Mirta Rosenberg)
La Nacion/L’Espresso (Distributed by The New York Times Syndicate)
Referencias: http://www.lanacion.com.ar/910427-de-que-sirve-el-profesor
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